sábado, 14 de mayo de 2011

Desfiladero

No a la Torre de Luz, sí al memorial del HolocaustoJaime Avilés

"Si se legalizara la droga, México sería un paraíso de criminales", declaró el pasado miércoles el licenciado Felipe Calderón Narcofosa, en cumplimiento de una cláusula de su contrato de trabajo que lo obliga a negar la realidad con la fuerza de todos los medios de incomunicación electrónica y a vivir con tapones de cemento en los oídos para no escuchar los gritos, ya ensordecedores, ya insoportables, del dolor social. Ese dolor que el domingo, en el Zócalo, a pesar del solazo y del calorón, produjo continuas lloviznas de lágrimas. De lágrimas que todavía no se secan y siguen quemando la garganta.

Hace cuatro sábados, una familia del estado de México disfrutaba comiendo mariscos en un restaurante de Acapulco. De pronto recibió un narcomensaje. Éste llegó bajo la forma de una botella de güisqui. "La manda aquel señor", les dijo el mesero. Minutos después, el generoso que se había tomado la molestia de enviarla se acercó al padre y le pidió permiso para sacar a bailar a su hija, una niña de 15 años. El padre se negó. "Óyeme bien", le advirtió el generoso: "Esta mujercita es mía."

"Vámonos", dijo el padre. La familia regresó al hotel donde pasaba las vacaciones. Entre todos empacaron a las carreras y salieron a bordo de un coche rumbo al DF. Al cabo de una hora, dos camionetas los obligaron a detenerse. De ellas bajaron hombres armados con rifles. El generoso encaró al padre. "Te dije que esta mujercita es mía pero no me creíste. Ora me la vas a entregar o mato a toda tu familia delante de ti."

La niña está desaparecida desde entonces. El breve episodio que tal vez terminó con su breve vida –que todos los dioses y todos los diablos se confabulen para que vuelva sana y salva– no fue relatado el domingo en el Zócalo, donde al menos 57 personas de todo el país, durante más de cuatro horas, contaron a gritos, y muchas de ellas llorando, sus propias tragedias. Historias espeluznantes y abominables, en las que destacan como elementos comunes a todas ellas tanto la corrupción de las autoridades locales, estatales y federales, como la ineptitud de la policía, del Ejército y la Marina, y de los soldados azules de Genaro García Luna, la nueva estrella del canal de las estrellas.
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