sábado, 3 de septiembre de 2011

Astillero

  • ¿Cuántas muertes más?
  • Periodismo silenciado
  • Sinaloa, narcopolítica
  • Yaquis en protesta
Julio Hernández López

A la hora de teclear la presente columna no era del conocimiento público algún indicio firme sobre los motivos por los que habrían sido asesinadas dos periodistas en la capital del país. Marcela Yarce fue fundadora y reportera de la revista Contralínea, que ha aportado piezas importantes de la denuncia de las pillerías nacionales desde los poderes gobernantes, y hasta este miércoles era la responsable de las relaciones públicas de la misma revista. Rocío González Trápaga había sido reportera de noticiarios de Televisa y luego había trabajado de manera independiente.

En el contexto de las constantes agresiones contra el gremio periodístico, las noticias fúnebres de ayer produjeron una viva indignación en el abanico informativo, sabedores todos de que la violencia creciente está alcanzando cada vez más a este segmento profesional donde se multiplican las historias no publicadas de los horrores que se viven sobre todo fuera de la capital del país a causa de ese poder desbordado, tiránico, inabordable, que decide en redacciones de todo nivel y formato la manera como deben abordarse los temas del día relacionados con lo innombrable, a veces callando o adulterando lo que se sabe y sujetándose a lo que el boletín oficial libere, restringiendo o extinguiendo imágenes a gusto del susurro o el grito amenazantes, acomodando el manejo editorial a la línea trazada por los señores de la muerte victoriosa.

A reserva de conocer los detalles de estos dos crímenes, y del grado de vinculación que lleguen a tener con el ejercicio periodístico en sí, resultaría altamente ennoblecedor para el oficio periodístico que el enojo y la protesta mostrados al saberse que dos reporteras habían sido asesinadas se sostengan más allá de consideraciones gremiales. Lo sucedido es altamente condenable no sólo porque se trate de dos personas de largo ejercicio en los medios de comunicación, sino simple y sencillamente porque forma parte del panorama cotidiano de horror, sin sentido y sin castigo, que vive México entero. Brutal fue el asesinato de Yarce y Rodríguez Trápaga, según lo ha dicho Miguel Badillo, director de Contralínea. Y esa brutalidad, esos asesinatos contra hombres y mujeres, esa descomposición nacional galopante, es lo que se debe denunciar y combatir, sostenidamente
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