Raúl Zibechi
En los más diversos rincones del planeta la gente común está saliendo a las calles, ocupando plazas, encontrándose con otras gentes comunes a las que no conocían pero que inmediatamente reconocen. No esperaron a ser convocados, acudieron por la necesidad de descubrirse. No calculan las consecuencias de sus actos, actúan con base en lo que sienten, desean y sueñan. Estamos ante verdaderas revoluciones, cambios profundos que no dejan nada en su lugar, aunque los de arriba crean que todo seguirá igual cuando las plazas y las calles recuperen, por un tiempo, ese silencio de plomo al que denominan
normalidad.
No encuentro mejor forma de explicar lo que está sucediendo que traer un memorable texto de Giovanni Arrighi, Terence Hopkins e Immanuel Wallerstein,
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1968: el gran ensayo, capítulo del libro Movimientos antisistémicos (Akal, Madrid, 1999). Ese texto denso, inspirado en la mirada larga y profunda de Braudel, se abre con una afirmación insólita:
Tan sólo ha habido dos revoluciones mundiales. La primera se produjo en 1848. La segunda en 1968. Ambas constituyeron un fracaso histórico. Ambas transformaron el mundo.
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