¿Alguien pone en duda que Andrés Manuel López Obrador es el político más astuto y hábil de la llanura mexicana? Habitante indivisible del contraste permanente –lo aman o lo odian, lo admiran o lo desprecian-, se retroalimenta de la polarización social que inyecta vida a su lucha política y le permite, como ha sido durante cinco años, mantenerse vigente y ser, a 15 meses de la elección presidencial, la única figura sobre la cual nadie tiene dudas de que estará en la boleta de votación.

Esta semana arrancó formalmente su precampaña presidencial con una proclama contundente: “Yo soy el único candidato de la izquierda”. La frase pulverizó a sus adversarios en potencia. Marcelo Ebrard, el jefe de Gobierno del Distrito Federal, su rival más claro por la candidatura presidencial, no hizo acuse de recibo. Fue a la inauguración del Senado donde convivió con las élites políticas del país, y abrió la temporada de playas y albercas en la capital. López Obrador se mantuvo en lo suyo: fue a un mitin a la Cámara de Diputados para protestar contra la reforma laboral.

López Obrador y Ebrard tienen un pacto desde octubre pasado para ir juntos a la elección presidencial en 2012, donde quien tenga menos preferencias de voto para fines de este año, se suma a quien encabece las encuestas. No hay muchos que crean verdaderamente que López Obrador respetaría ese acuerdo si llegara a estar por debajo de Ebrard en las preferencias de voto, pero la pregunta es meramente retórica hoy en día, pues el tabasqueño está sobradamente por encima del capitalino en todos los estudios de opinión.

López Obrador, que lleva una década de campañas presidenciales, sólo tiene que hacer mantenimiento de su imagen y pulir lo que serán sus ejes de discurso electoral. Para Ebrard, la lucha es como escalar una cima de casi 90 grados. Para poder alcanzar a López Obrador y disputarle la candidatura, necesitaría crecer a un ritmo entre dos y tres puntos porcentuales por mes en las encuestas reducir la diferencia de 16% que tiene en posicionamiento para fin de año. Se ve difícil que logre hacerlo, aunque el potencial de crecimiento lo tiene él, no López Obrador, quien hace tiempo tocó su techo.

El pacto es tramposo. Habla de preferencia de voto, que está muy relacionado con conocimiento de la persona, y no incorpora la valoración sobre los negativos de cada uno de ellos. López Obrador es el político con más negativos en el país –más de 40% de los mexicanos opinan mal de él-, mientras que Ebrard apenas si los tiene -17%-. Aún entre perredistas, donde una parte importante del aparato representado por la corriente de Los Chuchos en su mayoría, los negativos de López Obrador son importantes: casi el 40% de los perredistas dicen que no votarían por él.

Ebrard tiene pocos negativos en buena parte porque su conocimiento nacional es limitado ante López Obrador. En el plazo mediato, Ebrard tiene la ventaja de su cargo, que le da exposición mediática, al mismo tiempo que la desventaja del desgaste por las mismas razones. En este sentido, López Obrador está totalmente vacunado. Su congruencia y consistencia –guste o no, lo ayude en el largo plazo o no-, lo convierte en un político con muy pocos flancos vulnerables.

López Obrador es mañoso con las palabras y muy habilidoso para encontrar puertas de escape a sus contradicciones. Puede regresar sobre sus mismos pasos para tomar otra dirección y minimizar el costo político de sus rectificaciones. No es un embustero ni cae en vaivenes ideológicos de conveniencia. Tampoco es un pragmático sino un fundamentalista.

Defiende sus ideas inclusive aún a costa de sus réditos futuros, como haber rechazado una alianza con los maestros de Elba Esther Gordillo en las elecciones de 2006 –por el alto costo, decía, que ello le significaría en términos de su ética política-, y oponerse con vehemencia a una alianza con el PAN en el estado de México –aún a sabiendas que una oposición dividida facilitaría la victoria del PRI en las elecciones para gobernador en julio próximo-.

El tabasqueño que se formó en los municipios pobres de su estado, organizador y luchador social toda su vida, se distingue también por ser el único político que es capaz de sacrificar el bien mayor –como la posibilidad de haber ganado la elección presidencial en 2006 o la probabilidad de la derrota del PRI en el estado de México-, para salvaguardar sus principios.