Ciudad Perdida, Miguel Ángel Velázquez / La Jornada / 21 abril 2011
No podía ser de otra manera. El fanatismo religioso recibe la protección de un gobierno que acepta, de todas formas, las atrocidades que puedan cometer los ministros de ese culto. No importa la pederastia ni sus encubridores, y menos lo que la ley señala.
Para la Secretaría de Gobernación, Hugo el diablo Valdemar violó la fracción primera del artículo 29 de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público –ésa que prohíbe hacer proselitismo en contra o a favor de una organización política– cuando llamó a no sufragar por el PRD, pero la sanción que merece tal quebranto es un apercibimiento, es decir, un pórtate bien, y nada más.
En otras palabras, la Secretaría de Gobernación le expidió una licencia para hacer y decir, desde su fanatismo, lo que le venga en gana. Total, dirán en la dependencia, la ley de arriba es más poderosa que la de aquí, y con eso basta.
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