lunes, 23 de mayo de 2011

La muerte anunciada del General Juárez Loera o cómo los militares no saben defenderse…


Isabel Arvide

Otro general fue asesinado a mansalva en el Estado de México. Otro general de división fue asesinado sin intentar defenderse.
La muerte del general Jorge Juárez Loera se suma a la larga lista de militares que han caído no en una batalla campal sino en un mar de prepotencia, orgullo e ignorancia.
Porque todos los militares de alto rango asesinados por el crimen organizado en el país, incluido Mauro Enrique Tello en Cancún, no intentaron siquiera defenderse, no utilizaron o pretendieron utilizar su arma de encargo, no llevaban escoltas, automóviles blindados o por lo menos ejercieron precauciones elementales en el momento de su muerte.
Es decir, fueron en gran medida responsables de estos crímenes. Se pusieron, literalmente, en manos de sus asesinos.
De ahí que debemos reconocer, a la distancia, al entonces gobernador de Coahuila Humberto Moreira el gran cambio en la estructura de pensamiento y en la práctica cotidiana de todos los jefes militares que conformaron “El Modelo Coahuila” y que hoy siguen vivos, incluidos aquellos como el general Bibiano Villa o el teniente coronel Manuel Cícero.
Porque en su día, de cara al brutal asesinato del coronel Arturo Navarro, decidimos (juntos Moreira y yo) que todos los jefes militares en funciones de seguridad pública en la entidad debían tener escoltas. Lo que, justamente, la tarde anterior a su asesinato en Piedras Negras le exigí al coronel Navarro y no fue acatado por éste. Para ello Moreira ordenó una partida presupuestal que permitiese la llegada de exmilitares entrenados, exgafes que hasta la fecha integran sus escoltas. Además de la compra inmediata de vehículos blindados y armamento de alta potencia.
En un principio no fue fácil. Ni el mismo general Villa quería las escoltas después de haber llegado a Coahuila manejando su camioneta en pantalón corto acompañado únicamente de su hoy todavía secretario particular, el ingeniero Iván Cansino. Tampoco Cícero que semanas después se enfrentaría únicamente acompañado de estos a un grupo de sicarios que dispararon más de mil balas contra su camioneta blindada.
Y es que la estructura militar, contra lo que se pudiese pensar, va en contra de las armas. Los generales, salvo excepciones, no son amantes de las armas y menos todavía de portarlas. A diferencia de los policías profesionales no están preparados para defenderse, para cuidar su espalda. Como se dice en el argot “no andan a las vivas”.
La víctima más reciente de esta falta de preparación profesional, en febrero pasado, fue el general Farfán en Nuevo Laredo donde días antes como director de la policía municipal. Tampoco llevaba escoltas, esta vez por la desidia estúpida de algún burócrata que le negó presupuesto, ni vehículo blindado.
En Cancún el general Tello Quiñones abrió la puerta de su casa para ser “levantado” y su pistola reglamentaria fue encontrada sobre la mesa del comedor después de su muerte.
En Tlalnepantla el general Jorge Juárez Loera, recién retirado, iba solo, sin arma, en un vehículo muy pequeño, un Fiat. Y se detuvo. Y se bajó del automóvil por un supuesto incidente vial, precisamente cuando cualquiera que haya estado en el ámbito de la seguridad sabe que esa es la trampa más común de los sicarios. Vulnerable se puso en las manos de sus asesinos.
Yo, por muchas razones, entre ellas su paso como comandante de Región en Coahuila, no creo que su asesinato haya sido casual. Y menos todavía por la trayectoria de la bala que lo mató: entrada en la frente y salida en la nuca, que en un hombre de su gran estatura implica necesariamente un sometimiento violento e intencional. Y la acción de profesionales.
Juárez Loera estuvo en una zona del país conflictiva, donde el crimen organizado pudo perfectamente haber guardado algún agravio para el tiempo en que no estuviese rodeado de militares y se transportase en vehículo oficial.
En su paso como inspector general del Ejército primero y luego Oficial Mayor, pudo haber lastimado a muy pocos que no fuesen militares, por lo que una afrenta que le fuese cobrada tendría su origen precisamente en Coahuila, en Chihuahua o la conurbación de Torreón con Gómez Palacios, Durango. Hasta ahí tendrá que ir la investigación si se quiere llegar a sus asesinos.
Que su muerte sirva como lección, los militares son muy necios, las estructuras de la Secretaria de la Defensa Nacional son muy rígidas y se niegan al cambio, se niegan a ver la realidad que hemos vivido este sexenio. Que los jefes militares se vean en este espejo. Que su muerte no sea inútil y permita la reflexión sobre la indispensable preparación profesional castrense en defensa personal, en técnicas policiacas, en todo lo necesario para no ponerse de rodillas a esperar las balas de sus asesinos sin siquiera permitirse el honor de defender su propia vida con su arma, con la pistola que les entregaron en el H. Colegio Militar para algo más que guardarla en un armario… www.isabelarvide.com

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