miércoles, 18 de mayo de 2011

México: Católicos Rojos J. Sicilia, católico, carga con una responsabilidad mayúscula: Reivindicar la actual crisis de la Iglesia sin olvidar a quiene

Ante el surgimiento de nuevas figuras sociales, activistas por fuerza, como Javier Sicilia, se ha marcado un parteaguas en la lucha por el cambio latinoamericano en contra de la opresión tanto criminal como gubernamental. Sicilia se reconoce católico, es el eco de una estirpe religiosa que no ha querido callar ante las injusticias del pueblo, ante el dolor responden con fuerza, sacrificándose y representando dignamente los valores cristianos, no sólo en la pasividad de la oración sino fortaleciendo su espiritualidad con la acción concreta. Desde México podemos recordar a Sergio Méndez Arceo, un obispo culto, preparado y amante de la historia, no tuvo un solo reparo en denunciar los abusos imperialistas en Vietnam o en condenar el bloqueo económico a Cuba; fue tachado de comunista (a manera despectiva) y criticado por altas esferas dentro de la Iglesia y el Estado mexicano. Ante la masacre de estudiantes en Tlatelolco, el entonces Obispo de Cuernavaca declaró: “Ante los acontecimientos que nos llenan de vergüenza y de tristeza hay que considerar positivo y consolador el hecho de que los jóvenes hayan despertado así a una conciencia política y social y que aporten a México una esperanza que es nuestro deber alentar. Que la certidumbre en los estudiantes y en la ciudadanía de la magnanimidad y del respeto a la justicia y del imperio de la libertad, borre el temor de que tenga lugar en México, después de las Olimpiadas, un periodo de dureza, de represión, de mano férrea, de persecución al pensamiento y a su expresión”.

Herederos de la misma tradición se encuentran Samuel Ruíz y Raúl Vera, quienes a la cabeza de la diócesis de San Cristóbal de las Casas emprendieron una revolución social y religiosa. Antes y después del surgimiento del EZLN, la relación con Roma fue conflictiva, esto no detuvo jamás la labor altruista y desinteresado de ambos jerarcas. Ante la opción por los pobres que se encontraba definida en su vida, Samuel Ruiz dijo: "La única pregunta que se nos va a hacer al fin de los tiempos es cómo tratamos al pobre. Tuve hambre y me diste de comer. Por eso, América Latina tiene sus mártires y sus santos. Primero cayeron los seglares. También entre la jerarquía que asume esta opción hay mártires, que no son, como antes, mártires de la fe, sino mártires de la justicia. Hoy se muere por optar por los pobres". Los indígenas de Chiapas, sus indígenas, le llamaban cariñosamente Jtatic, papá, padrecito. Raul Vera, quien fuera obispo auxiliar de la misma diócesis, ha seguido el lineamiento eclesial de Jtatic Samuel, defendiendo ante todo la dignidad de la persona, del obrero, del trabajador y del minero, tanto en su dimensión laboral como en la Mina Pasta de Conchos (donde señalo los abusos empresariales) como en su opción sexual (defendiendo a la comunidad homosexual para quien ha diseñado una pastoral especial dentro de la diócesis de Saltillo).

Mons. Vera es dominico al igual que otro gran defensor de los derechos fundamentales: el sacerdote Miguel Concha Malo, actualmente Director del Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria y de la atención espiritual de estudiantes en la UNAM. Su incasable labor pastoral lo ha llevado a participar en diversos medios de comunicación, sobre todo prensa escrita como el Unomasuno y La Jornada, exponiendo con valentía y erudición temas sociales, desde ecología hasta derechos sindicales. Con un trabajo discreto pero necesario para el desarrollo de la estructura social, habla a los universitarios de Dios, del Dios del pueblo que se acerca para ayudar, no para aterrorizar.

En el contexto de las dictaduras militares en América Latina, ante la ola de indiferencia, resaltan dos obispos que decidieron predicar la paz con fuerza. El primero, en Brasil, Helder Camara, con una elocuencia magistral demostró que los excesos de la clase acomodada estaban llevando en picada a los pobres, hizo opción por los pobres asumiendo todos los riesgos posibles. Le llamaron comunista, rojo, con la finalidad de desacreditarlo, jamás le importaron sus enemigos, respondía con energía: “Quando dou comida aos pobres, me chamam de santo. Quando pergunto porque eles são pobres, chamam-me de comunista”. (“Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué ellos son pobres, me llaman comunista”). Otro obispo de digna mención es Mons. Oscar Arnulfo Romero, siendo arzobispo alzó la voz con la humildad característica de los sabios, enfrento al ejército asesino en San Salvador, condeno el patrocinio armamentista de Estados Unidos y se identificó con los pobres. La conversión de Romero resulta un fenómeno todavía conmovedor, ante la muerte de Rutilio Grande (el padre Tilo), sacerdote jesuita, entregado a las luchas del pueblo, resolvió endurecer sus homilías hasta el punto de crear tensión entre las cúpulas episcopales y gubernamentales. En su última homilía dirigió las siguientes palabras: “Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla.” Meses después fue asesinado mientras celebraba misa.

Cabe aclarar que no todo el panorama dentro de la jerarquía eclesial resulta favorable en la opción por los pobres. Como en toda familia hay quienes se dejan llevar por la comodidad, tal es el caso de un obispo acusado de simular un préstamo de 130 millones de dólares; una cantidad así resulta una bofetada para la Iglesia que busca la sencillez material, es un escupitajo para la inmensa mayoría de los mexicanos que buscan sobrevivir con el salario mínimo. Ni hablar de cierto cardenal, proclive orador contra los homosexuales y cómplice del gobernador de Jalisco en todas sus hazañas políticas, cuyo único fin es construir una megamansión como recuerdo de los mártires durante la cristiada.

El panorama histórico pesa sobre los hombros de Javier Sicilia, tiene un compromiso con todos los perseguidos y calumniados por encarnar el clamor del pueblo, tiene un compromiso con la Iglesia pero también tiene el deber de enarbolar un movimiento plural, cercano y contrario al elitismo, un movimiento del pueblo que busca soluciones ante la incapacidad gubernamental de actuar fuera de la violencia. La lucha de Sicilia, pues, no sólo lleva la cruz por delante, también nos lleva a todos nosotros, los que creemos y queremos la paz, los que estamos hasta la madre del dolor estéril y de los pastores que solamente buscan aparecer en revistas o engrosar sus cuentas de banco. El grito de ¡ya basta¡ debe hacer eco en toda la Iglesia, cuya labor profética es anunciar el mensaje de paz y denunciar todas las estructuras de pecado.

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