viernes, 29 de abril de 2011

Libia: el otanazo, el imperio y los adláteres





Jorge Gómez Barata

Ríos de tinta, kilómetros cuadrados de papel periódico y miles de horas de radios y televisión forman el anecdotario que teje el día a día de la guerra aérea de la OTAN contra Libia.
Las manipulaciones mediáticas y las mentiras de las partes y de sus partidarios, son como los árboles que impiden ver el bosque. De ese modo causas y consecuencias reales; así como actitudes criticables de protagonistas y extras, quedan fuera del alcance del lector común. La verdad yace bajo las bombas o es ocultada por intencionadas maniobras políticas.
El pueblo libio, los simpatizantes u objetores de Gaddafi, los niños, las mujeres y los ancianos, iniciados en la política o indiferentes a ella son las víctimas. La ruina de la infraestructura pública que no es de nadie y sirve a todos y la quiebra de la economía de la que viven tirios y troyanos son un saldo funesto para la Nación que con cada bomba y cada cohete retrocede y puede llegar a la edad de piedra. Se trata de una aventura con la cual todos los libios pierden.
Una monótona cobertura de la gran prensa europea y norteamericana que recrea un día tras otro los defectos y las malas conductas del régimen de Muammar al-Gaddafi mientras, generosa tiende un manto de silencio y tolerancia sobre los años de connivencia de los actuales gobiernos europeos y de los Estados Unidos con el líder y la elite gobernante que detenta el poder en Libia, oculta la identidad y el perfil de los llamados “rebeldes”, muchos de ellos, hasta la víspera cercanos a Gaddafi y beneficiarios de su régimen; minimizando los efectos terribles de los bombardeos.
Berlusconi, Zapatero, el Secretario General de la ONU y todos los gobernantes de Europa Occidental, integrantes del Consejo de Seguridad o no, incluido Barack Obama, en su trato con Gaddafi excedieron por la clásica milla las obligaciones diplomáticas y las exigencias de protocolo para intimar y negociar con el gobernante libio, de lo cual abundan testimonios gráficos, los cuales no hablan a favor de la integridad política y moral de Gaddafi, aunque tampoco benefician la imagen de sus antiguos socios y ahora detractores.
Una confusa retórica casi hace olvidar que Rusia y China pudieron ejercer el derecho al veto y paralizar la agresión y que el BRIC(S) (Brasil, Rusia, China, India y ahora Sudáfrica) estaban en condiciones de impedir que la Resolución que abrió el camino a la agresión obtuviera los votos necesarios. La amnesia absuelve de culpas a la Sudáfrica democrática, país que nunca logró que la ONU actuara contra el apartheid y nadie sabe porqué se sumó a las potencias imperialistas; el síndrome beneficia también al Líbano, muchas veces invadido y bombardeado y que, incluso en momentos en que Hezbolá disfruta de la mayor influencia en el gobierno, respaldó la agresión.
Capítulo aparte merece la Liga Árabe, que con prisa e insistencia digna de mejor causa, sin que nadie se lo pidiera, casi exigió a la OTAN y al Consejo de Seguridad la instalación de la “zona de exclusión aérea”, solicitud que a la postre sirvió de excusa y base jurídica para la aprobación de la fatídica Resolución. Es como si los gobiernos árabes gritaran: ¡Viva nuestra perdición! Tal vez viviremos para ver qué dirán cuando la receta sea aplicada a alguno de ellos.
La Unión Africana y la Conferencia Islámica y otras fuerzas políticas, los Hermanos Musulmanes por ejemplo, poco han podido hacer excepto dejarse utilizar como parte de la escenografía. Al no darse por enterado el Movimiento de Países no Alineado virtualmente se multiplicó por cero.
En cuanto a Estados Unidos en una batalla sorda aunque visible los secretarios de Estado y Defensa, Hillary Clinton y Robert Gates, respectivamente, exhibieron posiciones contrapuestas. Gates, un tecnócrata conocedor de su trabajo, fue claro: “En Libia no hay intereses norteamericanos en peligro”; pudo haber añadido que en virtud de eso el pueblo libio le importaba un bledo; mientras la Clinton, ponente de una agenda política internacional de perfiles definidos, se sumó a la calentura europea contra Gaddafi. Obama partió la criatura al medio y trató de complacer a uno y otro. En una hábil maniobra retiró los aviones de las misiones de bombardeo y ahora autorizó el empleo de los “Depredadores” utilizados en operaciones de precisión en zonas urbanas que generalmente causan muchas “bajas colaterales”.
Entre los elementos esenciales que las manipulaciones y las mentiras de todas las partes han impedido conocer están las verdaderas razones para la agresión, la prisa por realizarlas y la fijación en Gaddafi.
Asumiendo que el petróleo libio es un elemento importante; lo cierto es que de un modo u otro, desde hace años todas las fases de su producción y comercialización están en manos de las compañías trasnacionales occidentales y el dinero generado por las ventas se guarda en bancos de Europa y Estados Unidos. Una guerra de semejantes proporciones por el petróleo libio es absurda debido a que nadie lucha por lo que ya tiene, especialmente cuando nadie se lo disputa.
La afirmación reiterada por algunos analistas de que se trata de intereses norteamericanos por lograr un mejor posicionamiento en el petróleo libio y de “contradicciones interimperialistas al estilo de la Primera Guerra Mundial, desconocen el carácter global del imperialismo moderno que funciona como un sistema con nivel de coherencia nunca antes alcanzado.
Más que del petróleo me inclino a pensar que se trata de Gaddafi y que probablemente, impensadamente e irresponsablemente, Occidente haya aprovechado ciertas manifestaciones de descontento de un sector de la población libia para ajustar cuentas con un excéntrico e inseguro socio al que, precisamente por tales rasgos, no han podido intimidar.
El otro elemento no esclarecido es el de la extraña guerra que se libra en el país del Norte de Africa donde los rebeldes, sin apenas combatir toman y controlan grandes urbes y las tropas de Gaddafi, según se dice un ejército de unos 80,000 hombres bien armados y entrenados, no pueden resolver lo que cualquier comandante dilucidaría con un batallón de infantería.
Del enigmático comportamiento de las fuerzas combatientes les contaré. Allá nos vemos.

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